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martes, 18 de noviembre de 2014

Tiempo de Discursos



“La traición de las imágenes” es el título de una serie de cuadros de René Magritte. En uno de ellos -tal vez el más famoso- aparece la imagen de una pipa y debajo de ella la frase “Ceci n'est pas une pipe”- “Esto no es una pipa”.

Y no lo es: el cuadro de la pipa no es la pipa, es apenas una representación de lo que se observa. No se niega el objeto, se afirma la imagen creada a partir de él. Vivimos en un mundo de representaciones: la imagen pública se construye a partir de ellas.

El discurso continua siendo uno de los recursos preferidos del político. Como ciudadanos nos gustan las palabras e interpretarlas. Si el discurso es bueno, de su interpretación dependen nuestras orientaciones, nuestras acciones, nuestro caminar.

El consultor político Mario Riorda afirma: “cualquier discurso es algo así como una secuencia de signos que produce un significado. Y un signo, más que hacer, representa. Por eso la fuerza de un discurso no radica en lo que uno dice, sino en lo que el otro entiende”.

Se aproximan fechas y esto necesariamente implica la llegada de una vorágine de posicionamientos, destapes y descalificaciones. La información llegará a los ciudadanos, será procesada, entendida y cuestionada. Formará significado que, eventualmente, invitará: a la acción o a la omisión.

Por esta razón, el político se ha subido al gran escenario para rendir su informe. Su sonrisa sugiere un aire de confianza y cercanía que generan un ambiente positivo (cosa que los ciudadanos preferimos). Ha escogido bien sus palabras, ha seguido un plan orientado a cautivar, a mantener el interés. Su mensaje principal, que es el que permanecerá en el público, debe ser consistente con el mismo; porque al más mínimo atisbo de incongruencia toda su estrategia puede fracasar.

Sabe bien que un discurso es capaz de llevarnos de la ignorancia al conocimiento, del aburrimiento al entretenimiento y de la pasividad al movimiento.

Nuestra labor frente al discurso no es menos complicada pues -como comentamos- construimos una imagen a partir de lo que interpretamos. El político vendrá a ser como la pipa, una representación de lo que el ciudadano observa. Pero el ciudadano, además de interpretar signos, toma decisiones con base en la emoción.

Conmovió- lo voto. Cautivó- lo voto. Motivó- lo voto. Decepcionó- lo boto. Mintió- lo boto. No hay objetividad en la elección, apenas espacio para hacer de esas elecciones algo más racional. Como ciudadanos podemos hacerlo.

Así, frente a un político vale la pena preguntarnos: ¿qué estamos entendiendo de su discurso?, ¿qué está queriendo comunicar? y ¿qué actitud tomaremos frente a ello?

Dando un paso más: todo ciudadano puede contrastar a un político. Evalué trayectorias, revise resultados, investigue sobre su vida personal y entonces, de todas las posibilidades presentes elija a quien proponga; elija a quien responda a problemas, no a personas; elija a quien decida escuchar antes de discutir y, sobre todo, elija a quien no repare en acercarse a usted y preguntarle sobre sus necesidades.

Como ciudadanos, podemos decidir; podemos elegir, sin renunciar a nuestras emociones, pero de forma más racional.

(Publicado originalmente en La Revista Peninsular)